Español cabal o rufian

Prometí dos más, pero he pensado que debo añadir un último artículo para cerrar este «repaso» al fin de semana que he hecho en poco rato.
El caso es que, pese a que lo leí junto a los de Reverte y Prada, no me llamó especialmente la atención. Sí, me gustó y asentía con la cabeza mienrtas lo leía, pero no me pareció suficientemente interesante para ponerlo aquí. Es un tema de sobras conocido por todos y no hace más que darle vueltas a lo mismo: las personas en grupo nos volvemos unos auténticos hijos de puta. Con todas las letras.

El caso es que ayer por la noche terminé de ver Quadrophenia, la película basada en el disco homónimo de The Who, la cual trata sobre la vida de un mod esquizofrénico en los turbulentos años en que las peleas con los rockers estaban a la orden del día. Es el mismo escenario de violenacia en el que se basó Anthony Burgess para escribir la Naranja Mecánica (2), más conocida por todos quizás la versión llevada al cine de la mano del gran, gran, gran Stanley Kubrick.

Bueno, pues al final de la película hay unas impresionantes peleas entre una cincuentena de mods y rockers, que hacen que el juez reflexione sobre que solos son unos cobardes y en grupo unos animales, que es básicamente lo que ves durante toda la película. Ese alegato me hizo recordar el artículo de Javier Marías —reciente miembro de la RAE— al que no había prestado suficiente atención por la tarde, así que tras dar unas cuantas vueltas en mi cabeza decidí copiarlo aquí junto a los otros.

Insisto en que el tema puede estar un poco trillado y ser conocido por todos, pero no deja de ser igualmente importante y, llevado de la mano de Marías, se hace aún más apetecible de leer. Y como no hay dos sin tres, allá va:

No recuerdo ahora la cita con exactitud, pero en alguna página de su extraordinario Manual para viajeros por España, de 1845, dice el inglés Richard Ford, que sabía de lo que hablaba porque se recorrió nuestro país entero a caballo, que a un solo español se le puede entregar y confiar todo, en la casi seguridad de que lo cuidará y guardará con la máxima honradez y lo defenderá con su vida, si es preciso. […] Sin embargo, ese mismo español, juntado con cinco compatriotas más –no digamos con cincuenta–, se convertirá fácilmente en un rufián.
Con todas las reservas debidas ante este tipo de generalizaciones, siempre he pensado que la observación de Ford no era desatinada del todo, y me ha servido, durante años, para explicarme en parte nuestra tradicional tendencia al individualismo: tal vez no sea sólo que no nos fiamos de los demás, sino que no nos fiamos de nosotros mismos con los demás, como si supiéramos que en compañía nos maleamos y nos hacemos peores, traicioneros, más brutos, menos escrupulosos, más ruines, menos valientes y honrados, unos bribones. Y además, como también apuntara Ford, cuando estamos juntos nos peleamos, nos metemos el dedo en el ojo con causa o sin ella, somos históricamente proclives a la desunión.

Como siempre, el artículo entero aquí.

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