Un largo camino por recorrer, Máximo Sandín

«“La teoría de la evolución por selección natural es tan simple y, aparentemente, tan convincente que, una vez que la has asumido, te sientes en posesión de una verdad universal”. Esta frase de B.Goodwin (99) en su libro “Las manchas del leopardo”, una lúcida crítica a las simplificaciones del darwinismo, es una muy buena descripción del curioso mecanismo psicológico que hace que una supuesta explicación (en realidad una especulación) sobre cómo han tenido que ocurrir los hechos se haya convertido en un dogma. No importa que no sea coherente con los datos, es decir, no con algunos datos, sino con  todos los datos fundamentales que tenemos sobre la evolución (porque es contradictoria con lo que nos revela el registro fósil, la embriología, la genética molecular, la bioquímica…). “Sabemos” cómo ha tenido que ser, lo cual satisface nuestra vanidad intelectual (y, posiblemente, mitiga nuestros temores).

            La ventaja práctica de las creencias sobre las teorías científicas es que no son susceptibles (ni lo necesitan) a la demostración. No son sucesos repetibles ni sometibles al “criterio de falsación”. Y el darwinismo no es una teoría, porque es un relato de sucesos al azar. Una narración contingente en la que caben todos los datos o fenómenos, incluidos los excepcionales, porque es evidente que finalmente los individuos que sobreviven es porque son los “más aptos”, es decir, los capaces de sobrevivir.

            Parece que los biólogos tenemos un largo camino por delante hasta que consigamos desprendernos del lastre que constituyen los viejos conceptos (o prejuicios) que conforman una visión de la vida basada en una competencia sin fin, donde no hay sitio para los perdedores. Pero no va a ser fácil, dado el profundo arraigo de esta forma de pensamiento que se ha impuesto, prácticamente, en todos los ámbitos de la actividad humana de los países llamados “civilizados”. El darwinismo se nos inculca en nuestra formación. Desde la escuela, los conceptos darwinistas forman parte del vocabulario de la Biología, y la evolución significa cambio al azar dirigido por la implacable selección natural. Los evolucionistas previos a Darwin, incluida la sólida escuela francesa, no existieron. Simplemente, evolución es darwinismo. Pero también  está sustentado por unas profundas raíces culturales: tanto “El origen de las especies por Selección Natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia” como “El origen del hombre y su variación, en relación con el sexo” son un claro reflejo de la visión victoriana del mundo del siglo XIX (Sandín 99). B.Goodwin (99) en su crítica al darwinismo desde su propio contexto cultural, pone de manifiesto, de un modo difícilmente  discutible, el marcado paralelismo entre sus conceptos centrales y los valores calvinistas, que por otra parte, como expuso Max Weber (”La ética protestante y el origen del capitalismo” 1994) están en las raíces  del modelo económico y social del libre mercado y la libre competencia que se ha impuesto en el mundo. Como todos sabemos, sin competencia no hay “progreso”. Con estos axiomas, se nos bombardea sistemáticamente desde los medios de comunicación, tanto en las informaciones-explicaciones sobre la evolución del mercado, como en las noticias y documentales científicos, en los que las autoridades científicas y los divulgadores “reconocidos”, es decir, ortodoxos, y por tanto darwinistas, tienen un importante papel. Y las explicaciones darwinistas son, dentro de todo este contexto, muy fáciles de asumir.

             En el ámbito académico todos estos condicionantes se acentúan, porque a este entorno social, en el que los científicos forzosamente están inmersos, se añade un “adiestramiento” (Feyerabend,89) en la visión darwinista de la naturaleza  y cualquier intento de crítica al darwinismo ( y no hablemos de propuestas alternativas) es acogido con auténtica indignación. El mandato de la UNESCO y el Consejo Internacional para la Ciencia (99) según el cual:  “El pensamiento científico consiste, esencialmente, en saber examinar los problemas desde diferentes ángulos, y en investigar las explicaciones de los fenómenos naturales y esenciales, sometiéndolos constantemente a un análisis crítico”, no resulta fácil de seguir, al menos por el momento, en las facultades de Biología.

            Por todo ello, los argumentos, y las conclusiones (naturalmente, provisionales) derivadas de ellas, que siguen a continuación no cuentan probablemente con un sustrato propenso a una acogida favorable. Precisamente por ello, esta falta de expectativas hace posible tomarse la libertad de someterlas a la valoración del lector, por si alguna de ellas, en algún momento, pudiera resultar digna de consideración.           

            La rápida aparición de la vida sobre la Tierra en forma de bacterias con sus prodigiosas capacidades de supervivencia, en unas condiciones ambientales totalmente incompatibles con la vida tal como la conocemos, hace absurda la extrapolación de un supuesto mecanismo evolutivo basado en la observación de organismos y procesos biológicos actuales a unas condiciones en las que estos organismos y estos procesos no podrían existir. La supuesta evolución gradual, individual y al azar de la enorme complejidad y de las especiales y distintivas características de los “Reinos” Archaea y Eubacteria en un corto tiempo a partir de un supuesto “Último antecesor común universal” (LUCA) es una construcción artificial que responde a la necesidad de atribuir al origen de la vida un carácter único y aleatorio. Las capacidades de las bacterias, su clara disposición para vivir en condiciones muy extremas y muy concretas, y los complicados mecanismos biológicos necesarios para ello, hacen inverosímil la calificación de “procesos químicos aparecidos por mutaciones al azar”.

Primera conclusión: La vida es un fenómeno inherente al universo. No es un fenómeno aleatorio y único y es capaz de prosperar donde las condiciones sean adecuadas. En cuanto a la “aparición” del Reino Eucariota, cuyo origen, que se puede admitir como demostrado, es totalmente incompatible con el mecanismo evolutivo convencional, los datos de que disponemos nos informan de la extremada conservación de los procesos biológicos fundamentales. Si los cambios genéticos fueran aleatorios, los organismos actuales tendrían muy poco que ver genéticamente con los primero seres vivos que habitaron la Tierra. Lo mismo se puede deducir de los procesos implicados en la “Explosión del Cámbrico”. El hecho de que los sistemas genes/proteínas responsables de la generación de tejidos y órganos estén “conservados desde el origen” y que la misma secuencia genética que hace 550 millones de años era responsable del desarrollo de los ojos de artrópodos sea la que dirige la formación de nuestros ojos tan diferentes, implica que su significado va más allá de su traducción en términos biológicos. Implica que contienen el concepto ojo (o extremidades, o alas…).

[…]

   Segunda conclusión: El lenguaje de la vida es preciso y definido. Es decir, no es el resultado más o menos aleatorio de interacciones moleculares que pudieran tener otros componentes, sino que tienen unas propiedades concretas derivadas de las de sus especialísimas unidades constitutivas. En otras palabras: la vida sólo puede ser como es, tanto en sus limitaciones como en su creatividad.

           La forma en que ha evolucionado la vida (es decir, no los procesos microevolutivos o demográficos) deriva forzosamente de estas características. Las bruscas remodelaciones morfológicas que nos revela el registro fósil y las adquisiciones de nuevas morfologías o capacidades sólo pueden ser explicadas bajo el prisma de la actuación integrada de estos sistemas con contenido biológico concreto.  Dada la extremada conservación del funcionamiento de todos los procesos biológicos, y su estrecha interdependencia en los organismos,  resulta absurdo pensar que las mutaciones (desorganizaciones) “aleatorias” sean la fuente de estas complicadas remodelaciones que afectan a todo el organismo.

 […]

Es posible que tanto los argumentos como las conclusiones aquí expuestas puedan resultar interpretaciones (o especulaciones) parcial o totalmente erróneas (para muchos, seguro que descabelladas). Los fenómenos que conforman la vida son de tan abrumadora complejidad que desbordan nuestra capacidad de análisis, mediante los esquemas lineales y reduccionistas a que estamos acostumbrados los biólogos. Tal vez (como sugiere Philip Ball) tengamos que recurrir a conceptos desarrollados en otras disciplinas científicas; a teorías de sistemas, a procesos no lineales, redes de información… Pero sin perder de vista las especiales características de estos sistemas vivos capaces de reproducirse y de interactuar con otros, es decir, cuidando de que las interpretaciones no se conviertan, de nuevo, en metáforas.

En cuanto al segundo aspecto, la concepción individualista de los fenómenos biológicos, en la que todos compiten contra todos (las moléculas, los genes, los individuos, los grupos o las poblaciones) en una “carrera armamentística” sin fin, en la que el resultado es el triunfo de los “más aptos” seleccionados entre los perdedores por el implacable ambiente, se ha revelado como una pobre caricatura de un determinado modo de ver la sociedad humana. Tanto la vida como su historia, se desarrolla en un contexto ecológico, lo que implica que la supuesta “evolución” de una especie es, en realidad, “coevolución”, porque hasta en el más elemental (que no simple) proceso de los sistemas vivientes, desde la actividad celular y la diferenciación de tejidos, hasta las relaciones entre los organismos, poblaciones o ecosistemas, están involucradas complejas redes de procesamiento y comunicación de información y una estrecha (e imprescindible) interdependencia, en el más estricto y material sentido, en el que están relacionados tanto factores bióticos como abióticos, que, en definitiva, disuelven la frontera organismo-entorno.»

Máximo Sandín, sección final del artículo Hacia una nueva Biología.

Las negritas son mías. Es un largo artículo dividido en varias secciones en las que va explicando diferentes cuestiones y cómo los datos parecen no concordar con la Vieja Teoría, hasta terminar con lo citado arriba. Hace unos días hablé de las ideas de Sandín y extraje parte de otro artículo.También está incluído en el libro que compila varios de sus artículos.

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4 comentarios

  1. A veces me asustas.
    Precisamente estoy leyendo todas estas reflexiones en «Qué es el altruismo», sobre cómo hubo una evolución en la propia teoría de la selección natural en el problema de explicar el por qué del altruísmo.
    Me está gustando y mucho, un día de estos tenemos que quedar para hacer intercambio de libros.

    Un abrazo,

  2. Tiene que ser interesante. Con una idea basada en la competencia tan salvaje tuvo que ser muy difícil encajar el altruismo tan patente en la naturaleza.
    No obstante, si hacemos caso a Sandín, todo lo que hayan tenido que pensar para forzar que las piezas encajen no es más que un intento desesperado de dar cabida a unos hechos que, de no ser por el dogmatismo imperante en esa área, sólo hacen que demostrar que es incorrecta.

    Sería genial el intercambio, si no fuese porque este libro me lo ha dejado un amigo.
    No obstante, si te han parecido interesantes las ideas que plantea Sandín, en su web tienes todos los artículos.

    ¡Un saludo!

  3. Gracias por el link KIKE, parece ser que con la llegada del bicentenario de Darwin, Máximo Sandín se ha puesto a redactar artículos breves al respecto. Ya he leído las cuatro primeras entregas de Darwin, las ideas dominantes y los que dominan. Y no puedo parar. Por ahora recomiendo la cuarta, y creo que haré un post citando varias.

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