Tortuga, águila y dioses

   Y ahora consideremos el caso de la tortuga y el águila.
La tortuga es una criatura terrestre. No se puede vivir más cerca del suelo (sin estar debajo de él). Su horizonte no va más allá de unos centímetros. La velocidad que puede alcanzar es la que necesitas para perseguir y abatir a una lechuga. La tortuga ha sobrevivido mientras el resto de la evolución pasaba junto a ella y la dejaba atrás ya que, básicamente, era demasiado complicada de comer y no representaba una amenaza para nadie.
Y después tenemos al águila. Una criatura del aire y las alturas, cuyo horizonte se extiende hasta el límite del mundo. Ojos lo bastante agudos para detectar los movimientos de un animalito de voz chillona a medio kilómetro de distancia. Toda poder, toda control. La muerte súbita que llega volando. Uñas lo bastante afiladas para desayunarse cualquier cosa que sea más pequeña que ella y obtener, como mínimo, un desayuno rápido de cualquier cosa que sea mayor.
Y el águila pasará horas posada en un risco escrutando los reinos del mundo hasta detectar algún movimiento lejano, y en ese momento de pronto se concentrará, concentrará, concentrará en el pequeño caparazón que se mece entre los arbustos allá abajo en el desierto. Y entonces el águila se lanzará desde lo alto del risco…
Y un minuto después la tortuga descubre que el mundo se está alejando de ella. Y ve el mundo por primera vez, ya no a unos centímetros del suelo sino a doscientos metros, qué gran amiga tengo en el águila.
Y entonces el águila la suelta.
Y casi siempre la tortuga se precipita hacia su muerte. Todo el mundo sabe por qué la tortuga hace esto. La gravedad es una costumbre a la que cuesta mucho renunciar. Nadie sabe por qué el águila hace esto. No cabe duda de que hay un buen almuerzo en una tortuga pero, teniendo en cuenta el esfuerzo que requiere, la verdad es que hay un almuerzo mucho mejor en prácticamente cualquier otra cosa. Lo que ocurre es, simplemente, que las águilas disfrutan atormentando a las tortugas.
Pero el águila, por supuesto, no es consciente de que está tomando parte en una forma muy tosca de selección natural.
Algún día una tortuga aprenderá a volar.

Una vez analizadas tortugas y águilas, pasemos a los dioses:

En el mundo hay billones de dioses. Hay más dioses que mosquitos en un pantano. La inmensa mayoría de ellos son demasiado pequeños para verlos y nunca llegan a ser adorados, al menos por nada más grande que las bacterias, las cuales nunca dicen sus oraciones y no son lo que se dice demasiado exigentes en cuestión de milagros. Son los dioses menores, los espíritus de los lugares donde se cruzan los caminos de dos hormigas, los dioses de los microclimas que hay entre las raíces de las hierbas. Y la mayor parte de ellos se quedan así.
Porque les falta fe.
Un puñado de ellos, no obstante, terminan subiendo de categoría. El cambio puede ser provocado por cualquier cosa. Un pastor busca a una oveja perdida, la encuentra entre los zarzales y dedica un par de minutos a levantar un montoncito de piedras en señal de agradecimiento general a cualquier espíritu que pueda haber por ahí. O un árbol de forma peculiar llega a ser asociado con una cura para la enfermedad. O alguien talla una espiral encima de una piedra solitaria. Porque lo que necesitan los dioses es que crean en ellos, y lo que quieren los humanos es dioses.
La cosa suele detenerse ahí. Pero a veces va más lejos. Más rocas son añadidas, más piedras son levantadas, un templo es edificado allí donde antes se alzaba el árbol. El dios se vuelve más fuerte y la fe de sus adoradores lo impulsa hacia arriba como mil toneladas de combustible para cohetes. Para unos cuantos, el cielo es el límite.
Y a veces ni siquiera eso.

Y un enriquecedor diálogo entre un ateo y un dios:

[personaje declarado ateo] Alzó la mirada hacia el dios.
— ¿Nos ayudarás?
¡Ni Siquiera Crees En Mí!
— Cierto, pero soy un hombre práctico.
Y Valiente, También, Pues Declaras Tu Ateísmo Ante Tu Dios.
— ¡Eso no cambia nada, sabes!. ¡No creas que podrás hacerme cambiar de parecer sólo con existir!

Terry Pratchett — Dioses Menores

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3 comentarios

  1. Me ha gustado mucho el texto, sobre todo la cerrazón del ateo al final, convencido hasta las últimas consecuencias jaja. Cada vez me atrae más el Pratcher este, pero es tan malo que tenga tantos y tantos libros y yo tan poco tiempo que dedicarle…

  2. Sí, esa parte la he citado especialmente porque muchas veces estamos convencidos de cosas que nos parecen más lógicas o razonables, y en más de una ocasión es más fé que ciencia.

    En el libro también se trata un tema similar al del ateo, aunque desde otra perspectiva a la comentada. Como todo el mundo sabe, el Mundodisco es un disco plano de tierra sustentado en 4 elefantes que se apoyan en una tortuga que «nada» a través del universo. Sin embargo, la religión monoteísta en la que se centra este libro (obvia parodia de las que tenemos que soportar en nuestro Mundobola) afirma algo tan absurdo como que ¡el mundo es una esfera!. Total, que un filósofo escribió un tratado explicando en qué consistía lo de los elefantes y la tortuga, y algunos ciudadanos del país basado en el monoteísmo, lo habían leído y habían empezado a creer en la tortuga y sus elefantes. Copio, a continuación, el discurso soltado por el filósofo Didáctilos que escribió el tratado a un grupo de «Creyentes en la Tortuga»:

    —No podéis creer en la Gran A’Tuin —dijo —. La Gran A’Tuin existe. Creer en cosas que existen no tiene ningún sentido.
    — Alguien ha levantado la mano —dijo Urna.
    — ¿Sí?
    —Señor, pero seguramente las cosas que existen son las únicas en las que vale la pena creer —dijo el curioso, que vestía el uniforme de sargento de la Guardia Sagrada.
    — Si existen, no hace falta que creáis en ellas —dijo Didáctilos—. Simplemente son. —Suspiró—. ¿Qué puedo deciros? ¿Qué queréis oír? Yo sólo escribo lo que la gente sabe. Las montañas crecen y caen, y debajo de ellas la Tortuga nada hacia adelante. Los hombres viven y mueren, y la Tortuga Se Mueve. Los imperios crecen y se desmoronan, y la Tortuga Se Mueve. Los dioses vienen y van, y aun así la Tortuga Se Mueve. La Tortuga Se Mueve.
    Una voz surgió de la oscuridad para preguntar:
    — ¿Y realmente es así? — Didáctilos se encogió de hombros.
    — La Tortuga existe. El mundo es un disco plano. El sol gira alrededor de él una vez cada día, remolcando su luz detrás de él. Y esto seguirá sucediendo tanto si creéis que es verdad como si no. Es real. No entiendo de verdades. La verdad es mucho más complicada que eso. Si queréis que os diga la verdad, no creo que a la Tortuga le importe un pimiento si es verdad o no.

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